Nuestra Facultad de Educación.

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Universidad Mayor de San Marcos.

jueves, 12 de junio de 2014

El caso Huayanay


*NOTA DEL AUTOR A PROPÓSITO DE LA OBRA 
Esta obra tiene como título la costumbre ancestral de muchos pueblos de los andes peruanos de acudir a una última instancia cuando no hay otra alternativa. En quechua, literalmente ushanan –jampi quiere decir “el último remedio”, y se ajusta muy bien a un conjunto de sucesos que los peruanos vivimos en los años 70, entre ellos el llamado “Caso Huayanay”: hartos de los abusos de un antiguo capataz, después de acudir inútilmente a las autoridades una y otra vez, viendo que sus hijas eran violadas, robados sus animales y asesinados sus mejores hijos, los comuneros de este pueblo decidieron aplicar una drástica medida, la muerte del abigeo, violador y asesino. 

El hecho tuvo mucha resonancia porque situó la realidad del Perú entre dos fuegos: la ley del Estado o el sentido común de los campesinos de Huayanay. Entonces, yo había sido alumno libre en la Escuela Nacional de Arte Dramático, y a pesar de la oposición de su director, el ingeniero Arturo Nolte, volví a ella para participar en un taller que dictara el maestro uruguayo Omar Grasso en el verano de 1975. En el marco de la clausura de este taller se estrenó el “¡Ushanan jampi!” que propuse, con la actuación de los estudiantes quienes pronto lo divulgaron por su cuenta en plazas y auditorios de todo tipo, tanto en Lima como en provincias, pues en aquellos días teníamos en el Perú un vasto movimiento de teatro popular. 

De modo que a través del teatro popular el público de Lima conoció la disyuntiva de los comuneros de Huayanay. Pero los hechos de la realidad nunca corresponden al cien por ciento a la recreación artística. Existe una deliberada labor dramatúrgica en específicos niveles de tratamiento del texto: en la selección de los acontecimientos, en el orden en que son presentados y en la elaboración de sucesos que, como eslabones, concatenan las acciones en función a la representación total del hecho. Creatividad y realismo no se contraponen, especialmente cuando el autor tiene una posición definida frente a la realidad social. 

Poco después recibí una carta de Manuel Galich, entonces director de Casa de las Américas en Cuba, donde me informaba que recomendaría la obra al Instituto de Radiodifusión de Cuba para realizar una versión radial. También en aquellos días Reynaldo D’Amore, conocido director argentino que ha desenvuelto durante mucho tiempo su labor teatral en nuestro medio, realizó una selección de obras peruanas donde incluyó ésta para ser presentada tanto en Perú como en Venezuela. En la Plaza San Martín de Lima, un actor la escenificó sucesivas veces como monólogo. La obra fue pues ampliamente divulgada. Recibí noticias de su escenificación en Chile, como del interés de académicos en USA. Y perdí la pista de las representaciones que se hicieron después, con mi consentimiento o sin él, pero recuerdo con gran satisfacción algunas, como la que realizamos en el puerto de Ilo, con Gina López, madre de mis hijos, con más de 100 actores en el escenario. En 1984, junto a otras obras de mi autoría, fue publicada en el Tomo Noveno de la colección Teatro Peruano que dirigía la Sra. Sara Jofreé. 

Ese mismo año, fui invitado a dirigir el Teatro de la Universidad Nacional de Ingeniería (TUNI) con cuyos integrantes iniciamos un plan de difusión teatral con esta obra en zonas populares de Lima y provincias. Por la naturaleza del tema, y también por la expresa solicitud del público que nos invitaba, a lo largo de los casi 10 años que permanecí al frente de este grupo, esta obra tuvo una divulgación no menor de 1,000 representaciones. Aunque quizá fueron muchas más, junto a muchas otras obras, porque en el contexto del conflicto interno que vivíamos aquellos años los pobladores del Cono Norte, vecinos de la UNI, demandaban mucho teatro, mucha actividad cultural. 

En estos días, los sucesos de Moquegua, el año pasado, y los recientes de Bagua en la selva, vuelven a poner en relieve la incapacidad del Estado, sus leyes y decisiones tomadas desde Lima, para comprender y resolver los problemas que presentan los pueblos del Perú, en tanto nación en formación, como parte de sus reclamos de justicia, paz, democracia y desarrollo. Y en la impronta de estos reclamos, “!Ushanan jampi!” sigue cumpliendo su papel, especialmente para aquellos que consideran que el teatro tiene un rol concientizador, pero ni antes ni ahora es correcto omitir a su autor, y menos atribuirse el trabajo ajeno. Eso tiene un nombre infame. 
Alberto Mego 

1 comentario:

  1. Este es un ejemplo como muchos que han sucedido en el Perú, tratándose puramente de injusticia social, viendo las acciones de las autoridades, pasando la vista gorda ante actos que perjudican a su población, la pregunta en todo caso seria,si ¿En algún momento cambiara esta situación, sabiendo que siempre se repite lo mismo?, siempre hablamos y criticamos estos actos, pero, ¿Qué hacemos para modificarlo?...

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