*NOTA DEL AUTOR
A PROPÓSITO DE LA OBRA
Esta
obra tiene como título la costumbre ancestral de muchos pueblos de los andes
peruanos de acudir a una última instancia cuando no hay otra alternativa. En
quechua, literalmente ushanan –jampi quiere decir “el último remedio”, y se
ajusta muy bien a un conjunto de sucesos que los peruanos vivimos en los años
70, entre ellos el llamado “Caso Huayanay”: hartos de los abusos de un antiguo
capataz, después de acudir inútilmente a las autoridades una y otra vez, viendo
que sus hijas eran violadas, robados sus animales y asesinados sus mejores
hijos, los comuneros de este pueblo decidieron aplicar una drástica medida, la
muerte del abigeo, violador y asesino.
El
hecho tuvo mucha resonancia porque situó la realidad del Perú entre dos fuegos:
la ley del Estado o el sentido común de los campesinos de Huayanay. Entonces,
yo había sido alumno libre en la Escuela Nacional de Arte Dramático, y a pesar
de la oposición de su director, el ingeniero Arturo Nolte, volví a ella para
participar en un taller que dictara el maestro uruguayo Omar Grasso en el
verano de 1975. En el marco de la clausura de este taller se estrenó el
“¡Ushanan jampi!” que propuse, con la actuación de los estudiantes quienes
pronto lo divulgaron por su cuenta en plazas y auditorios de todo tipo, tanto
en Lima como en provincias, pues en aquellos días teníamos en el Perú un vasto
movimiento de teatro popular.
De
modo que a través del teatro popular el público de Lima conoció la disyuntiva
de los comuneros de Huayanay. Pero los hechos de la realidad nunca corresponden
al cien por ciento a la recreación artística. Existe una deliberada labor
dramatúrgica en específicos niveles de tratamiento del texto: en la selección
de los acontecimientos, en el orden en que son presentados y en la elaboración
de sucesos que, como eslabones, concatenan las acciones en función a la
representación total del hecho. Creatividad y realismo no se contraponen,
especialmente cuando el autor tiene una posición definida frente a la realidad
social.
Poco
después recibí una carta de Manuel Galich, entonces director de Casa de las
Américas en Cuba, donde me informaba que recomendaría la obra al Instituto de
Radiodifusión de Cuba para realizar una versión radial. También en aquellos
días Reynaldo D’Amore, conocido director argentino que ha desenvuelto durante
mucho tiempo su labor teatral en nuestro medio, realizó una selección de obras
peruanas donde incluyó ésta para ser presentada tanto en Perú como en
Venezuela. En la Plaza San Martín de Lima, un actor la escenificó sucesivas veces
como monólogo. La obra fue pues ampliamente divulgada. Recibí noticias de su
escenificación en Chile, como del interés de académicos en USA. Y perdí la
pista de las representaciones que se hicieron después, con mi consentimiento o
sin él, pero recuerdo con gran satisfacción algunas, como la que realizamos en
el puerto de Ilo, con Gina López, madre de mis hijos, con más de 100 actores en
el escenario. En 1984, junto a otras obras de mi autoría, fue publicada en el
Tomo Noveno de la colección Teatro Peruano que dirigía la Sra. Sara Jofreé.
Ese
mismo año, fui invitado a dirigir el Teatro de la Universidad Nacional de
Ingeniería (TUNI) con cuyos integrantes iniciamos un plan de difusión teatral
con esta obra en zonas populares de Lima y provincias. Por la naturaleza del
tema, y también por la expresa solicitud del público que nos invitaba, a lo
largo de los casi 10 años que permanecí al frente de este grupo, esta obra tuvo
una divulgación no menor de 1,000 representaciones. Aunque quizá fueron muchas
más, junto a muchas otras obras, porque en el contexto del conflicto interno
que vivíamos aquellos años los pobladores del Cono Norte, vecinos de la UNI,
demandaban mucho teatro, mucha actividad cultural.
En
estos días, los sucesos de Moquegua, el año pasado, y los recientes de Bagua en
la selva, vuelven a poner en relieve la incapacidad del Estado, sus leyes y
decisiones tomadas desde Lima, para comprender y resolver los problemas que
presentan los pueblos del Perú, en tanto nación en formación, como parte de sus
reclamos de justicia, paz, democracia y desarrollo. Y en la impronta de estos
reclamos, “!Ushanan jampi!” sigue cumpliendo su papel, especialmente para
aquellos que consideran que el teatro tiene un rol concientizador, pero ni
antes ni ahora es correcto omitir a su autor, y menos atribuirse el trabajo
ajeno. Eso tiene un nombre infame.
Alberto
Mego
Este es un ejemplo como muchos que han sucedido en el Perú, tratándose puramente de injusticia social, viendo las acciones de las autoridades, pasando la vista gorda ante actos que perjudican a su población, la pregunta en todo caso seria,si ¿En algún momento cambiara esta situación, sabiendo que siempre se repite lo mismo?, siempre hablamos y criticamos estos actos, pero, ¿Qué hacemos para modificarlo?...
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